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Hunter S. Thompson, 1971
1
Estábamos en algún lugar de Barstow, muy cerca del desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. Recuerdo que dije algo así como:
-Estoy algo volado, mejor conduces tú...
Y de pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor y el cielo se llenó de lo que parecían vampiros inmensos, todos haciendo pasadas y chillando y lanzándose en picado alrededors del coche, que iba a unos ciento sesenta por hora, la capota bajada, rumbo a Las Vegas. Y una voz aulló:
-¡Dios mío! ¿Qué soin esos condenados bichos?
Luego se tranquilizó todo otra vez. Mi abogado se había quitado la camisa y se echaba cerveza por el pecho para facilitar el proceso de bronceado.
-¿Qué diablos andas gritando? -murmuró, mirando fijamente hacia arriba, hacia el sol, los ojos cerrados y protegidos con unas de esas gafas españolas que van enganchadas atrás.
-No es nada -dije-. Te toca conducir a ti.
Pisé el freno y enfilé el Gran Tiburón Rojo hacia el borde de la carretera. Pensé que no tenía objeto mencionar aquellos vampiros. Muy pronto los vería el pobre cabrón.
Ese libro si es un viaje, los cuentos que les tiran a los policias son geniales. Yo tengo un libro de reportajes de ese cabrón, están muy perros: La caza del tiburon blanco
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