Monday, December 15, 2008

Un hombre en la oscuridad

Paul Auster, 2008
Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana. Arriba, mi hija y mi nieta están cada una en su habitación, también solas: mi hija única, Miriam, de cuarenta y siete años, que se acuesta sola desde hace cinco, y Katya, de veintitrés, única hija de Miriam, que antes dormía con un joven llamado Titus Small, pero ahora Titus ha muerto, y mi nieta duerme sola con el corazón destrozado.
Luz radiante, y luego oscuridad. El sol fulgurando por todos los rincones del cielo, seguido de la negrura de la noche, el silencio de las estrellas, el viento que agita las ramas. Ésa es la monotonía diaria. Llevo viviendo más de un año en esta casa, desde que me dieron de alta en el hospital. Miriam insistió en que viniera, y al principio estábamos los dos solos, junto con la enfermera que me cuidaba durante el día cuando mi hija se iba a trabajar. Luego, tres meses después, a Katya se le cayó el mundo encima, y entonces dejó la escuela de cine en Nueva York y se vino a Vermont a vivir con su madre.

Tuesday, December 9, 2008

El sindicato de policía Yiddish

Michael Chabon, 2007



Landsman aprendió a odiar el juego del ajedrez a manos de su padre y de su tío Hertz. Los dos cuñados habían sido amigos de infancia en Lodz y compañeros en el club Juvenil de Ajedrez Makkabi. Landsman recuerda que solía hablar del día, en verano de 1939, en que el gran Tartakower pasó a hacer una demostración para los chicos del Makkabi. Savielly Tatakower era ciudadano polaco, gran maestro y un personaje famoso por haber dicho: «Los errores ya están todos en el tablero, esperando a que alguien los cometa». Había venido de París para hacer un reportaje de un torneo para una revista de ajedrez francesa y para visitar al director del Club Juvenil de Ajedrez Makkabi, un viejo camarada suyo de su época en el frente ruso con el ejército de Francisco José. A instancias del director, Isidor Landsman.

Monday, December 8, 2008

Tristessa

Jack Kerouac, 1960


Estoy con Tristessa en un taxi, borracho, con una enorme botella de whisky Juárez que guardo en una de las bolsas de mi mochila ferrocarrilera que me acusaron de sacar de un tren en 1952... Heme aquí en la ciudad de México, lluviosa noche de sábado, misterios, viejos sueños de pequeñas calles innombrables por las que he caminado entre una multitud de sombríos Indios Vagabundos envueltos en patéticas cobijas que te hacen llorar. Al verlos me imagino brillosos cuchillos debajo de los pliegues de sus ropas… lúgubres sueños trágicos como el de aquella noche en el viejo tren cuando mi padre colocó sus grandes muslos en el asiento de un carro nocturno para fumadores, mientras afuera el guardafrenos con luz roja y blanca se desplazaba pesadamente por la vasta y triste niebla de las vías de la vida… Pero ahora estoy en este valle vegetal de México, unas noches antes me tropecé con la luna de Citlapol en la azotea donde dormía cuando me dirigía al viejo y goteante excusado de piedra… Tristessa está drogada, bella como siempre se dirige contenta a su casa para meterse a la cama y disfrutar de su morfina.