Friday, November 18, 2011

Una isla sin mar, reseña VI, en Performance 150


En Performance 150, que dirije mi querido José Homero, apareció una reseña de mi novela Una isla sin mar, escrita por Josué Sánchez Hernández.
La reseña, titulada "La rosa amarilla", dice así:

Martín, ingeniero juarense, tiene una serie de sueños recurrentes cuyo símbolo es la inminencia de la partida. Una isla sin mar comienza ahí, anclada a las ideas que descansan contra el fondo de lo onírico. Lo que sigue es una revisión extensa sobre el índice de la memoria: los encuentros sexuales, los amigos que parten y el recuerdo de Eme, la ex novia de Martín, son los temas o las espinas que articulan esta novela. También hay recapitulaciones pop: Ellis Redding y Andy Dufresne de The Shawshank Redemption y algunos diálogos de The last tango in Paris aparecen junto a Batman y a Pink Floyd. César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974), autor de Los cuervos, ha cifrado en Una isla sin mar una Ciudad Juárez sitiada. Los personajes que habitan esta novela, al igual que su escenario, están flanqueados por el polvo del hastío y los cielos amplios.
En esta novela la precisión de sus epígrafes —“Una rosa amarilla” de Borges y el mónologo final de En el camino de Kerouac— se extiende a toda la obra. En consecuencia, hay dos búsquedas que atraviesan su argumento: la primera, la de la rosa amarilla, la continuidad; la segunda, los esfuerzos por aceptar el desamparo como condición innata. Ambos ejes se debaten en la cotidianidad del sueño y los paisajes que rodean a Martín. Lo onírico y sus horizontes se desdoblan en la realidad del protagonista. Fabio, escritor y amigo de Martín, se encarga de interpretar y crear otros sueños. El destino de los personajes, entonces, descansa bajo el signo de lo ambiguo, el sueño diluido en la realidad: una especie de duermevela que nace en los relatos que unen a los amigos. De ahí que durante gran parte de la obra Martín se esfuerce en encontrar la otra orilla que lo libere o lo refleje. Lo anterior fue una expresión literal: tanto el protagonista como Fabio tienen dobles que se mueven en historias paralelas. Aquí el desamparo está sugerido en la imposibilidad de conocer al otro.
En Una isla sin mar la técnica nunca escasea. Metaficción, myse en abyme, epístolas, cuentos y monólogos vibran en un despliegue de escritura dinámica. Otro aspecto importante: el lenguaje de los narradores va del minimalismo al arranque lírico en un parpadeo. Una prosa sensible a los estados de ánimo de sus personajes es lo que en esta novela abunda.
En esta obra la trama es un mosaico de tramas. Los capítulos funcionan no tanto como una prolongación, sino como la inmersión en la psique de los personajes. En consecuencia, la trama está compuesta de historias alternas y subtramas, reminiscencias del ámbito de la memoria. Martín y Fabio, por ejemplo, hacen un breve repaso sobre su amistad y su infancia; Perla Ávila, amiga de aquellos dos, trae al presente una historia sobre su madre y un asalto; Yolanda, amiga de Martín, aparece como una prueba del azar. Pareciera que todos los personajes de esta obra escarbaran dentro de ellos mismos hasta encontrar sus fibras esenciales.
Algo también interesante es la herencia norteamericana de Una isla sin mar. El Philiph Roth del Lamento de Portnoy, el Auster melancólico del Palacio en la luna y la voracidad del Kerouac de En el camino se funden en la prosa y el tono de esta obra. El resultado es una novela cuya sonoridad fronteriza involucra el estilo directo y el tono de un español mesurado, exento de florituras. No hay sensiblería ni tragedia, sino humor, tristeza y dos o tres puñados de rencor entre los temas que aborda su prosa.
Por último, Una isla sin mar se presenta como una propuesta arriesgada en el panorama de la narrativa mexicana. Crear una obra donde las historias fluyan para dibujar lo inasible —la memoria de los hombres, la angustia que provoca lo monótono, las categorías de lo vulgar y lo mediocre— es una empresa harto complicada, formalmente posmoderna. Esta novela agita el látigo de lo impredecible y su golpe nos da de lleno sobre el rostro. Aunque eso no es tan importante como las cicatrices que nos deja y que nos atraviesan desde el mentón hasta la frente.
Aquí para leer Performance no. 150