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David Ojeda, 2008
Así han sido mis últimos diez años: un forcejeo permanente entre yo y yo. De verdad: entre yo y yo. El yo alcohólico –necio y escéptico, iluso y loco, inerme– y el yo que obra en sociedad: mesarudo y moralino y tonto. Por eso no dudo en confesar que tengo este sueño, que como Luther King acaricio un sueño, el del planeta convertido en una gran fiesta de borrachos buenos y sabios, beodos con dos certezas fundamentales: que su bebida no se agotará y que sabrán mantenerse en ese nivel de intoxicación entusiasta, no desmesurada, en el cual los dioses bajan a conversar con ellos, las mujeres los desean y no se les oponen, los amigos comparten el pan y la alegría en una sociedad pacífica y justa donde el mundo natural se halla en armonía y belleza. Bonito, ¿verdad?
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