Wednesday, October 22, 2008

La tormenta de hielo

Rick Moody, 1994


Y en aquel primer momento de reposo, recordó el número 141 de Los cuatro Fantásticos. Para él, como un oasis en el desierto. Pervertidos y perdedores y mutantes y gente sin amor, los semejantes a Paul Hood, eran los lectores adecuados de los tebeos de la Marvel.

Recapitulemos: en el número 140, Annihilus estaba muy ocupado tratando de controlar el mundo. No. Eso era lo que pasaba en la zona negativa, ese universo al lado del nuestro, donde las leyes de la naturaleza estaban ligeramente modificadas […]

La mayor parte del número, sin embargo, sólo era un resumen. Annihilus narraba con detalle sus orígenes a Wyatt Wingfoot. Era el tipo de número cuya finalidad sólo consistía en asegurarse de que Paul Hood compraría el siguiente. Que Paul compraría el número 141[…]

Cuando Paul llegó a las viñetas de la mitad de debajo de la página treinta y uno, fue como si todo el día, incluso todas las vacaciones, llevaran a un solo momento […]

Conque Reed activaba a su hijo. En su prisa y confusión, utilizaba en su propio hijo un arma todavía sin probar con toda la fuerza ionizada de las partículas antimateria. El brillo alienígena de los ojos de Franklin se apagaba, terminando el peligro de momento, apagando en él la antigua masa del Big Bang. Pero con eso desaparecía la vida de los ojos de Franklin, el parpadeo de su alegre conocimiento y búsqueda. Que era reemplazado por la oscuridad.

«¿Qué has hecho Reed? Has convertido en vegetal a tu propio hijo. ¡A tu propio hijo!...»

La última viñeta los presentaba a todos —Sue, con Franklin en los brazos como una marioneta sin vida, Wyatt Wingfoot, Johnny Tornado, Medusa y Ben— apartándose de Reed. Un Reed destrozado, sin saber qué decir ante la enormidad de lo que había hecho. El final de Los Cuatro Fantásticos. El final. Hasta el mes que viene.

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