la nota la pueden leer AQUÍ
y dice más o menos así:
Todas las ciudades tienen sus historias. En cualquiera pueden
perseguirte, alcanzarte, y -de un jalón -subirte a la batea de una
pick-up, entonces llegarán los golpes y los insultos: la cara al suelo,
puto; no que muy chingón, eres un pendejo. Querrás moverte, escapar,
pero la adrelanina del instinto de conservación será superada por el
sujeto que se sienta en tu espalda y te dice: en todos lados tenemos
ojos, puto.
En La balada de los arcos dorados las historias suceden en
Ciudad Juárez, Chihuahua, donde vive el periodista Luis Kuriaki, quien
ha publicado en el diario para el que trabaja que en el tráfico de
drogas también participan aviones militares. En esa misma ciudad viven
-y mueren- varios de sus amigos, entre ellos Samuel Benítez, con quien
habla pese a ya no ser de este mundo.
Y también Rebeca y Rossana; la primera ex azafata de origen
norteamericano, su vecina. La segunda, juarense como Luis, y su
compañera en El Diario de Juárez. Como buenos reporteros,
Rossana y Luis tienen sus fuentes en dos policías, Álvaro Luna, y el
veracruzano Julio Pastrana, quien tomó la justicia como algo personal
desde antes de la desaparición de su prima Margarita.
El autor César Silva (Ciudad Juárez, 1974) ha revelado que La Balada...
está inspirada en su amigo periodista Luis, quien como su personaje,
trabaja y vive en Ciudad Juárez. Para el duro policía Julio Pastrana, se
basó en la personalidad del actor Joaquín Cosío, que puedes identificar
en películas como La dictadura perfecta o El Infierno.
En La balada... hay varias historias, todas muy bien
contadas: La de la madre de Luis, a quien siempre veremos con un vaso de
whisky en las manos. El origen de los McDonalds en 1937 en Pasadena,
California; los ataques racistas del Ku Klux Kan en Alabama, y la
aparición de un homicida serial en Chicago que gustaba dejar junto a sus
víctimas una bolsa de papel con arcos dorados. El asesinato del padre
de Julio Pastrana en los muelles veracruzanos. La historia de Sharon
Tate, Charles Manson y su relación con la madre de Rebeca, la ex
azafata.
A la par de las ejecuciones entre criminales, de asesinatos de
inocentes, de desapariciones, violaciones y violencia contra las
mujeres, surgen dos vengadores anónimos, uno que castiga y sólo golpea; y
otro que condena y mata, dejando a sus víctimas con un agujero en la
cabeza.
Pero La balada... no es sólo una novela negra, también es
una de amor, de amores, de seducción. En una ocasión, Luis pregunta a
una amiga cuál sería el superpoder que ella elegiría, ella responde que
la invisibilidad. Tendrías que andar desnuda; entonces ella comienza a
quitarse la ropa y pregunta: tú, qué poderes tienes.
La balada de los arcos dorados (fragmentos)
I
Luis Kuriaki es periodista. Tiene veinticuatro años y trabaja en El Diario de Juárez.
El día de su cumpleaños número dieciocho, su madre le regaló una cámara
Nikon de obturador automático. La primera vez que consumió cocaína fue
en 2004 a los diecinueve. A los veinte se dio cuenta de que vivía para
ella, y después de cada pase se juraba que ese vacío que le provocaba,
sería el último. A los veintiuno, en medio de una fiesta y al lado de su
mejor amigo, el Topo, sufrió una sobredosis. El Topo lo llevó al
hospital. El Topo tenía miedo de que se fuera a morir en el camino hacia
el hospital. Pero no fue así. Luis entró en una clínica de
rehabilitación, en la cual duró poco más de un mes. La segunda
sobredosis se dio al cabo de tres meses, frente al océano Pacífico, en
Mazatlán...
II
Julio Pastrana se fue a vivir a Xalapa con una tía a finales de
septiembre. Luego, a los 20 años, se graduó de policía. En sueños
aparecía aquel enorme tipo que le arrebató a su padre con un cuchillo.
Luego una tormenta se llevaba al hombre y, por un momento, Julio
Pastrana se sentía aliviado, hasta que el agua era tanta que comenzaba a
cubrirle los pies para llegar a las rodillas y cintura, y cuando el
agua subía hasta el cuello, despertaba....
Como policía era un hombre temerario. Los ladronzuelos por un tiempo
lo llamaron El Terminator. El mote se le ocurrió a Esteban Azueta, un
pobre diablo que vivía en la circunferencia de Xalapa, rumbo a
Banderilla, y que cometía pequeños robos en los barrios vecinos...
III
El auto aceleró y, segundos después, las luces de los frenos
encendieron y volvieron emparejar. Luis desaceleró y miró por el
retrovisor. Una pick-up negra lo alcanzó por detrás. El auto comenzó a
cerrarle el paso hasta que Luis frenó. Chingao, dijo. Tomó el celular;
sin saber qué más hacer marcó el número de Rebeca. Y mientras ella
contestaba, el vidrio del auto de Luis tronó en mil pedazos. Estoy
muerto, pensó, y esperó a que la sangre brotará de algún lado, pero no
hubo nada. Un par de brazos entraron por la ventana y de un jalón lo
sacaron. Lo arrastraron y lo lanzaron a la batea de la pick-up. Es mi
momento de correr, dijo pero no se movió, el cuerpo no le respondía,
aquel jalón había sido suficiente.
Oyó: Eres un pendejo.
Oyó: La cara al suelo, puto.
Oyo: Te crees muy chingón.
Eran voces distintas, unas más roncas que otras, pero todas de hierro
y dolorosas. La camioneta avanzaba y sobre la espalda sentía un gran
peso. Alguien iba sentado sobre él...
Eres un pendejo, escuchó. No sabes que tenemos ojos en El Diario...
IV
El 24 de diciembre, por una llamada anónima, la policía localizó lo
que al principio parecían diez cuerpos enterrados en una casa abandonada
del fraccionamiento Quintas del Valle, al este de la ciudad, muy cerca
del Puente Internacional Zaragoza. La primera casa, de la primera
cuadra. El trabajo pasó a manos del agente Álvaro Luna Cian. En El
Diario, el jefe de información le pidió a Rossana que escribiera la
nota. Esa vez no hubo ningún zombi involucrado, ni tigre suelto, ni
vampiro.
La balada de los arcos dorados
César Silva Márquez
Almadía México, 2014
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