Monday, July 27, 2009
Los hermosos años del castigo
Fleur Jaeggy, 1989
Al día siguiente, el hotel no logró mantener en secreto la noticia: la señortia más joven, tenía mi edad, se había ahorcado con la cortina de flores y hojas, en su cuarto. Para no perturbar a los clientes fueron discretos y no se vio el cadáver. la apariencia no violó el orden natural de las cosas. Es cierto que un suicidio no cabe en el orden natural de las cosas. Pero ¿cuál fue la diferencia? Volvieron a cerrar la cortina en la habitación. Yo pensaba en el invierno en el hotel. EN las ramas de los árboles, los carámbanos lagrimeaban, en la primavera se derretirían. Nunca los vi mientras se derretían.
Aquí está Frédérique. Se sienta. Su rostro está cerca del mío. Nos miramos. ¿Es un sortilegio el que une a los amantes? Bromeamos. Ella sonríe. Es nuestro encuentro. «¿Qué has hecho con la muñeca?» Me miraba fijo a los ojos. La muñeca, explicó con paciencia, la que regalaba el colegio, la Sankt GAllen, con el traje y la cofia. «Yo la tiré enseguida», dije. «No, tú no la tiraste, debes buscarla, la habrás dejado en alguna parte. Verás como la encontrarás, pero seguro que no la tiraste»
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Fleur Jaeggy,
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