[...] Supongamos que sea una noche como ésta, cálida y llena de fragancias, hotel muy elegante, a orillas de mar, gran terraza con mesitas y velas, música en sordina, camareros que van de mesa en mesa solícitos y discretos, comida selecta, naturalmente, cocina internacional. Yo estoy en una mesa con una mujer hermosa, una joven como usted, con aspecto de extranjera, estamos en una mesa en el extremo opuesto de donde nos encontramos ahora. La mujer está de cara al mar, yo en cambio miro hacia las demás mesas, estamos conversando agradablemente, la mujer se ríe de vez en cuando, se adivina por sus h0mbros, exactamente igual que usted. En un momento dado...». Me callé y miré la terraza, paseando mi mirada por las personas que cenaban en las demás mesas. Christine había roto la ramita de menta, la tenía en una comisura de la boca como un cigarrillo, con expresión atenta. «¿En un momento dado?».
«En un momento dado le veo. Está en una mesa del fondo, en la otra punta de la terraza, Se halla de cara hacia mí, estamos frente a frente. también él va con una mujer, pero ella me da la espalda y no puedo saber quién es. Quizá la conozca, o crea conocerla, me recuerda a alguien, mejor dicho a dos perosnas, lo mismo podría ser una que otra. Pero así, desde lejos, a la luz de las velas es difícuil precisarlo, y además la terraza es muy grande, exactamente como ésta. El probablemente le dice a la mujer que no se dé la vuelta, me mira durante largo rato, sin moverse, muestra una expresión satisfecha, casi sonriente. Tal vez también él cree reconocer a la mujer que está conmigo, le recuerda a alguien, mejor dicho a dos personas, lo mismo podría ser una que otra».
«O sea que el hombre que le buscaba consigue encontrarle».
«No del todo», dije yo, «no es extactamente así. Me ha buscado tanto que ahora que me ha encontrado ya no tiene ganas de encontrarme [...]»
«¿Y luego?», dijo Christine, «¿Qué más pasa?».
No comments:
Post a Comment