Monday, October 13, 2008

Vidas de santos

Rodrigo Fresán, 2005

[...]
Max le aprieta la mano como si quisiera hacer zumo de mano; un vaso de zumo de mano de Alejo; como si todas las manos de este mundo hubieran nacido con el sólo propósito de ser exprimidas por Max.

[...]
—Abrí, es tu personaje favorito —me dice.
Alejo entra como si saliera. Se derrumba sobre el sillón. Hunde las manos en sus bolsillos como si quisiera desaparecer dentro de su chaqueta, ser tragado por sí mismo.
—Hoy estuve con Nina. —Sonríe mal. La sonrisa le sale al revés, le sale con las puntas para abajo.

[...]
Me vi iluminado como un puente en día de fiesta. Sólo que no había agua bajo mi cuerpo. Apenas arena y viento y un sonido nuevo y primordial al mismo tiempo, el sonido con el que todo había comenzado.
Vi tantas cosas.
Vi la foto del rostro de Dios. La foto de un objeto celeste diez millones de veces más grande que el sol. La foto de la aureola de Dios paseándose por el espacio con la misma indolente confianza con que otros pasean a su perro. Un círculo de oscuridad tan perfecto y tan solitario como sólo Dios puede serlo.
Vi entonces que Dios está solo ahí arriba y en todas partes, supe que Dios era un lugar de tal densidad que ni la luz podía penetrarlo.
Vi el momento exacto en que el agujero negro de Dios devoraba una galaxia por el simple placer de hacerlo. Dios alimentándose de estrellas muertas y corrigiendo los bordes del mapa de su creación en constante crecimiento.

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