escribió en su columna de El Universal el siguiente texto sobre La balada de los arcos dorados
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Contar acertadamente la vida de una ciudad no requiere
de una trama perfecta, sino de una prosa sutil y cadenciosa a partir de
la definición precisa de personajes, espacios y circunstancias probables
cuidadosamente desarrolladas; es la impresión que deja la novela La
balada de los arcos dorados, de César Silva Márquez, publicada por
Almadía en su colección Negra, en agosto de 2014, en Oaxaca, México. Es
una obra sorprendente y genuina.
César Silva Márquez, nacido en Ciudad Juárez en 1974, con esta novela se
ha convertido en un narrador mayor; su experiencia como poeta y
novelista le permiten manejar ritmos poéticos y narrativos como
herramientas seguras para conseguir una prosa imprescindible. Es una
novela negra, pero utiliza recursos de diversas estéticas, como el sueño
y la voz de un muerto que acompaña a Luis Kuriaki, un periodista de
nota roja que no es capaz de escribir sus artículos. Hace unas horas,
soñé al cantante Caetano Veloso: me decía que México necesitaba palabras
nuevas para recuperar su existencia, que debíamos encontrarlas y
reinventar el país. Desperté con La balada de los arcos dorados en la
mente, donde los sueños contribuyen a explicar la vida presente y
prevenir el futuro. Se percibe que el autor disfruta el acto de
escribir, aunque reconozca que “la vida es una fecha marcada en rojo.”
El policía Julio Pastrana consiguió que lo asignaran a Ciudad Juárez,
donde desapareció su prima Margarita; mientras busca, encuentra
cadáveres todos los días, entre ellos varios que aparecen desnudos, con
la ropa a unos metros y un balazo en la cabeza. Después de varios días
de investigación ubica a una persona que pudiera ser la asesina;
mientras esto ocurre, hallan fosas con cadáveres, cuerpos colgados de
puentes y traficantes de droga muertos o viviendo sus últimos días y
comiendo hamburguesas. Aparecen dos mujeres hermosas: Rebeca, que duerme
con Kuriaki de vez en cuando, y Rossana, periodista que usa bragas de
colores con quien Kuriaki se queda a dormir cada vez con mayor
frecuencia.
Silva Márquez desarrolla la historia con desenfado, con una visión libre
de la novela policiaca donde no juega demasiado con lo clásico que la
define; por ejemplo, presenta una perturbación que no capitaliza al
cien; lo que sí, consigue que la historia se desenvuelva como si se
escribiera sola y él fuera apenas un ojo vigilante que permite que sus
personajes jamás se sobrepongan a sus problemas personales; de tal
suerte que la novela resulta un rompecabezas con la historia de cada
quien. César es un escritor fino, correcto en cuanto al lenguaje y jamás
abusa de licencias poéticas. No es fácil contar a Ciudad Juárez, pero
él se las arregló para presentarnos un mapa donde abundan las Big Mac,
los bares y los barrios donde el viento tiene miedo. Sus páginas son
tétricas, cierto, producto de un espacio de grandes conflictos: “Mira la
ciudad… la semana pasada mataron a dos médicos y un abogado, explotó un
autobomba y…”, pero su narrativa no es grotesca ni delirante. La novela
es breve, con huellas de reescritura tenaz que, como se sabe, es el
recurso que distingue a los buenos novelistas, la parte consciente donde
se definen las historias inolvidables. Digamos que enumera
correctamente lo caótico que es cada personaje y le da sentido. Como
asegura Martín Solares, “La novela no sólo es el lugar donde mejor se
enfrentan algunas ideas, sino uno de los pocos espacios que cuentan con
una geometría indiscutible.”
El autor se vale de eficaces convenciones como los vampiros, zombis,
Batman, la familia Manson, Sharon Tate y las hamburguesas McDonalds que
infestan el mundo y es fácil localizarlas por sus arcos dorados. Nos
presenta una discusión sobre súper poderes en la que usted puede
participar, ¿cuál le parece mejor: ser invisible o poseer gran fuerza
bruta? Su opinión es valiosa. También hay carne asada, cerveza, whiskey y
burritos, muchos burritos, que en esta novela le dan una fragancia
especial a la ciudad.
Un elemento importante en la narrativa contemporánea mexicana es la no
aplicación de la ley por quien debería hacerlo. Si se hace justicia,
siempre es de otra manera. En esta novela, y de la mano del policía
torturador que es Julio Pastrana, usted advertirá un novedoso equilibrio
en el tema de la justicia y cómo las reincidencias es el factor humano a
seguir en una investigación. César Silva, que es un trotamundos, sabe
que los policías bailan de vez en cuando, y que los periodistas que no
escriben sus notas adoran el ambiente del Noa Noa, ¿verdad que sí? Que
en el 2015, donde estén, florezcan.
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