En el blog
La crítica de Simon Griphius, su autor llamado Daniel Moemi Vionmaa, llama a Juárez Whiskey libro de la semana. Si alguien conoce a Daniel, díganle que salú.
va la reseña, si quieren leerla en su origen, dar click
aquí.
Whiskey, con e. O sea, se trata del bourbon estadounidense, de un
espécimen casi extinto: el Juárez. Su sabor rasposo corresponde a la atmósfera
que envuelve al protagonista de Juárez Whiskey, pero, curiosamente no a él.
Carlos, un ingeniero, lleva una vida bastante normal con las excepciones que
indica el título: vive en Ciudad Juárez y le gusta beber, pero Whisky, el
escocés. Bebe, es cierto, pero aunque mitad de la novela esté borracho, no hay
exceso y no hay violencia en su bebida ni en su lenguaje. La alternancia entre
la primera y tercera persona provoca un efecto evocador y calmante después de
la catástrofe. Porque lo central en la novela es el tiempo que marca un después
que sigue siendo duro y terrible: es el después de la caída de las torres gemelas,
algo que cambia la faz literal y mediática del mundo, pero también es ese
después de la violencia que sigue siendo presente en Juárez y que queda
relegada (en apariencia) a conversaciones secundarias o anotaciones al margen.
Más que violencia, la novela de Silva Márquez es un gesto de ternura, con los
problemas que ello conlleva: las disquisiciones de Carlos se tornan a ratos un
tanto obvias y repetitivas; lo salvan del desastre dos cosas: la destreza para
describir personajes—en efecto la plural lista de mujeres que pueblan y han
atravesado el corazón del susodicho van de la misteriosa clásica a la inocente
a la que ocultaba su fuego interno, todo esto con humor e ironía que se bebe
como un buen trago de whisky. Y la segunda es la literatura misma, la escritura
y la lectura.
Son contados con los dedos de las manos, los textos recientes donde
no hay alusiones metaliterarias—esto es, donde alguien lee, escribe, comenta o
se relaciona de un modo u otro con algo literario. Esto dice mucho de los
tiempos que corren; habla de una necesidad y de un intento de escape: la
literatura se inventa como un campo (un universo podríamos decir) donde todavía
es posible pensar la realidad y, por lo mismo, en muchas ocasiones, deviene más
real que la realidad misma; en todo caso, es por esa misma insistencia
literaria que la ficción y la realidad rompen sus fronteras, las difuminan y
desvanecen como el hielo en un vaso (de
whisky). Leer libros nos convierte en otros y mejores seres humanos. Tal
boutade, propia de lectores rancios y decimonónicos, adquiere en esta novela un
sentido fresco, verosímil y a ratos auténtico. La figura de la dentista que ha
leído solo dos libros en su vida y que espera ansiosa que Carlos le regale el
tercero representa ese sitial de la literatura y de sus andanzas por estos
tiempos: se trata de una inspección de lo que está limpio, sano, sucio,
putrefacto en nosotros y en nuestro mundo; se trata de conocer y reconocer el
mundo. Y la novela japonesa que Carlos le regala a Gabriela se inicia con una
historia de amor. Una de esas que no es ninguna de las que, de su larga lista,
ha tenido en su vida. Ahí se produce un quiebre que solo es posible gracias a
la literatura y, como dicho, ese es el quiebre real: porque ahora aquello es
posible, adquiere un estatus ontológico diferente. Carlos dice en un momento
que él apenas es capaz de distinguirse a sí mismo: el texto se convierte, así,
en un intento por devolver(se) la condición de sujeto en estos tiempos de
violencia y de post-catástrofe—no por nada la novela concluye con Gabriela, la
dentista, con la boca abierta, apunto de decir algo.
También podemos leer Juárez
Whiskey como novela social. El fantasma del despido de su trabajo comienza a
rondarle a Carlos hacia el final. Los asesinatos, que se mencionan al pasar,
los accidentes, los desengaños se suceden uno tras otro. Pero no hay intento
social, hay más bien un particular modo realista de pintar el fresco de la
contemporaneidad, como diría la crítica Luz Horne. Así, esta novela nos deja
con un sabor que más que a whiskey raposo o menos que una borrachera
alucinante, se parece a una buena, no muy cara, copa de vino, aunque a Carlos
no le guste.
Gracias por el tiempo, como siempre. of course. gracias, Daniel. Así el futbol.