En Performance 150, que dirije mi querido José Homero, apareció una reseña de mi novela Una isla sin mar, escrita por Josué
Sánchez Hernández.
La reseña, titulada "La rosa amarilla", dice así:
Martín,
ingeniero juarense, tiene una serie de sueños recurrentes cuyo símbolo es la
inminencia de la partida. Una isla sin mar comienza ahí, anclada a las ideas
que descansan contra el fondo de lo onírico. Lo que sigue es una revisión
extensa sobre el índice de la memoria: los encuentros sexuales, los amigos que
parten y el recuerdo de Eme, la ex novia de Martín, son los temas o las espinas
que articulan esta novela. También hay recapitulaciones pop: Ellis Redding y
Andy Dufresne de The Shawshank Redemption
y algunos diálogos de The last tango in
Paris aparecen junto a Batman y a Pink Floyd. César Silva Márquez (Ciudad
Juárez, 1974), autor de Los cuervos,
ha cifrado en Una isla sin mar una Ciudad Juárez sitiada. Los personajes que
habitan esta novela, al igual que su escenario, están flanqueados por el polvo
del hastío y los cielos amplios.
En esta novela la precisión de sus epígrafes —“Una rosa
amarilla” de Borges y el mónologo final de En
el camino de Kerouac— se extiende a toda la obra. En consecuencia, hay dos
búsquedas que atraviesan su argumento: la primera, la de la rosa amarilla, la
continuidad; la segunda, los esfuerzos por aceptar el desamparo como condición
innata. Ambos ejes se debaten en la cotidianidad del sueño y los paisajes que
rodean a Martín. Lo onírico y sus horizontes se desdoblan en la realidad del
protagonista. Fabio, escritor y amigo de Martín, se encarga de interpretar y
crear otros sueños. El destino de los personajes, entonces, descansa bajo el
signo de lo ambiguo, el sueño diluido en la realidad: una especie de duermevela
que nace en los relatos que unen a los amigos. De ahí que durante gran parte de
la obra Martín se esfuerce en encontrar la otra orilla que lo libere o lo
refleje. Lo anterior fue una expresión literal: tanto el protagonista como
Fabio tienen dobles que se mueven en historias paralelas. Aquí el desamparo
está sugerido en la imposibilidad de conocer al otro.
En Una isla sin mar
la técnica nunca escasea. Metaficción, myse en abyme, epístolas, cuentos y
monólogos vibran en un despliegue de escritura dinámica. Otro aspecto
importante: el lenguaje de los narradores va del minimalismo al arranque lírico
en un parpadeo. Una prosa sensible a los estados de ánimo de sus personajes es
lo que en esta novela abunda.
En esta obra la trama es un mosaico de tramas. Los
capítulos funcionan no tanto como una prolongación, sino como la inmersión en
la psique de los personajes. En consecuencia, la trama está compuesta de
historias alternas y subtramas, reminiscencias del ámbito de la memoria. Martín
y Fabio, por ejemplo, hacen un breve repaso sobre su amistad y su infancia;
Perla Ávila, amiga de aquellos dos, trae al presente una historia sobre su
madre y un asalto; Yolanda, amiga de Martín, aparece como una prueba del azar.
Pareciera que todos los personajes de esta obra escarbaran dentro de ellos
mismos hasta encontrar sus fibras esenciales.
Algo también interesante es la herencia norteamericana de
Una isla sin mar. El Philiph Roth del
Lamento de Portnoy, el Auster
melancólico del Palacio en la luna y
la voracidad del Kerouac de En el camino
se funden en la prosa y el tono de esta obra. El resultado es una novela cuya
sonoridad fronteriza involucra el estilo directo y el tono de un español
mesurado, exento de florituras. No hay sensiblería ni tragedia, sino humor,
tristeza y dos o tres puñados de rencor entre los temas que aborda su prosa.
Por último, Una
isla sin mar se presenta como una propuesta arriesgada en el panorama de la
narrativa mexicana. Crear una obra donde las historias fluyan para dibujar lo
inasible —la memoria de los hombres, la angustia que provoca lo monótono, las
categorías de lo vulgar y lo mediocre— es una empresa harto complicada,
formalmente posmoderna. Esta novela agita el látigo de lo impredecible y su
golpe nos da de lleno sobre el rostro. Aunque eso no es tan importante como las
cicatrices que nos deja y que nos atraviesan desde el mentón hasta la frente.
Aquí para leer Performance no. 150